Una vieja ley de este oficio establece que los que lo practicamos no somos noticia. Habrá quien diga que eso nos hace vulnerables; a mí me parece que nos convierte en dignos intermediarios, nos recuerda que sólo tenemos sentido en tanto que facilitamos que otros puedan ejercer su derecho a estar informados. Sé que esta opinión no me hará más popular entre mis colegas; no importa. Estoy seguro de que este jueves en todas las redacciones de España se reprodujo el mismo debate, también en infoLibre. Y por supuesto lo perdí.
Hay algo de fascismo preventivo en tener que dar explicaciones antes de hablar, como si la calidad de tus argumentos dependiera de tu cuna, tu raza o tu religión. Así que no lo haré.
Quien haya visto y oído la intervención de Pablo Iglesias en el acto de presentación en la Complutense del libro En defensa del populismo, del profesor Carlos Fernández Liria, ya sabe que todo ocurrió cuando el líder de Podemos estaba explicando los dos elementos que, en su opinión, más destacan del ensayo y mejor revelan la verdadera naturaleza de su partido. Como parte de su razonamiento para explicar uno de los factores que según Fernández Liria explican el éxito de Podemos (el atractivo irracional que despierta), quiso poner como ejemplo a los periodistas y para ello aludió directamente a uno al que acusó de construir informaciones críticas con su partido no porque fuesen ciertas sino porque tenían más posibilidades de llegar a la portada de su periódico. La idea no era mala: es verdad que su formación ejerce cierta fascinación entre los profesionales que cubren habitualmente sus actividades, incluso entre aquellos que están en las antípodas de su ideología, aunque yo creo que se equivocó al personalizar en un periodista concreto (sobre eso parece haber pocas dudas: el propio Iglesias lo ha reconocido en redes sociales). Pero en última instancia el ejemplo era relevante y, a mi modo de ver, fue pronunciado con sentido del humor.
De ahí que me parezca tan desproporcionada la reacción tanto de una parte de mis compañeros como de la mayoría de sus jefes, que en seguida convirtieron lo ocurrido en una de las noticias del día en un país en el que, casi al mismo tiempo, un juez enviaba a Rita Barberá al Tribunal Supremo, la policía certificaba la muerte de Prince y la empresa editora de El Mundo decidía dejar en la calle a 224 trabajadores, entre ellos 91 compañeros del periodista aludido por el líder de Podemos.
La mayoría de los medios situaron las palabras de Iglesias entre las tres noticias más destacadas de sus webs. Y de sus periódicos de papel. Se han escrito editoriales. Insisto: el mismo día en el que 91 trabajadores de El Mundo se iban a la calle; víctimas de la crisis sí, pero también de la mala gestión de la empresa editora.
Al hilo de lo ocurrido, muchos colegas nos hemos enzarzado, en privado o en las redes sociales, en un debate sobre nuestras miserias: trabajamos para contar la verdad o buscamos las noticias que nos piden nuestros jefes. Que cada cual se haga esta pregunta y responda en la intimidad de su conciencia. Si la respuesta es la segunda, decidamos entonces si queremos ser cómplices o mártires.
Como ya dejé dicho en otro lugar, lo que no somos es inocentes. Podemos elegir: aunque la alternativa a la complicidad sea el martirio. Y aunque entiendo a quienes eligen ser cómplices, lo que no acepto es que además quieran mostrarse como héroes. Eso sí, de piel muy fina.