
El debate en el PSOE sobre si es mejor celebrar un congreso extraordinario o convocar elecciones primarias ya no importa. Es verdad que, al margen de los propios afectados, es relevante para politólogos, historiadores y nostálgicos; afecta a la segunda fuerza política española, un partido centenario al que el domingo todavía votaron tres millones y medio de personas. Cuando digo que no importa me refiero a la calle, que les da la espalda desde que sus dirigentes prefirieron atender las razones de Estado en vez del clamor de los ciudadanos. En el mundo real no encontrarán a nadie interesado en saber si los socialistas buscan líder por un sistema de voto indirecto o deciden hacerlo en una elección abierta a los simpatizantes. Es una discusión que no tiene nada que ver con lo cotidiano: el desempleo, la corrupción, la injusticia, la falta de esperanza (por cierto: tiene mucho de paradoja que quien sí ha sabido leer las demandas de los ciudadanos se llame precisamente Pablo Iglesias).
Como si de un boxeador sonado se tratase, el PSOE vuelve a la casilla de salida de noviembre de 2011 sin entender qué le está pasando. El propio Alfredo Pérez Rubalcaba renuncia pero le echa la culpa a José Luis Rodríguez Zapatero. Lo que ha ocurrido, dijo el lunes, es que los ciudadanos aún recuerdan lo mal que lo hizo el último presidente socialista. Como si él no hubiese formado parte de su Gobierno; como si él no tuviese ninguna responsabilidad en el año y medio que lleva como secretario general.
¿Responsabilidad él? No tiene culpa de nada, todo ha sido magnífico, desde la conferencia política al manejo de los tiempos. Tan convencido está de lo bien que lo ha hecho que ha decidido perpetuarse en el mando para garantizar un relevo a la antigua usanza, desde arriba, gobernado por el aparato. Para que Susana Díaz, la presidenta andaluza, se haga con el control del partido en un congreso hecho a medida de la única heredera posible. Así es la lógica sucesoria del felipismo. Y vuelta a empezar.
A la vista de los primeros análisis, ni siquiera es seguro que el PSOE haya despertado del letargo en el que vive sumido desde que aceptó aplicar las políticas de la troika. No lo hizo tras el naufragio de 2011 y nada garantiza que vaya a hacerlo ahora. Aunque haya primarias.
Pase lo que pase, el PSOE se ha quedado sin tiempo. Falta un año para las elecciones municipales y autonómicas y poco más de 18 meses para las generales. Por eso el debate interno recuerda tanto a la discusión de las liebres sobre si sus perseguidores son galgos o podencos. ¿De verdad importa?